Desde que compramos el solar, han pasado más de tres años. Por circunstancias personales y profesionales, a pesar de ir desarrollando el proyecto de CASA NOSTRA, nos lo tomamos con cierta calma. Y cuando nos entraron las prisas, las circunstancias económicas no nos eran propicias: ¿dos arquitectos queriendo ser autopromotores en plena crisis? ¡Imposible!
Aún así, vamos dando pasitos adelante, y este es el último…
Como cada primavera, el año pasado también sentimos la necesidad de plantar nuevas especies que hicieran compañía al tilo. Y la cosa se complicó:
Si queríamos empezar a poblar el jardín, había que saber a qué nivel quedaría el solar definitivamente, es decir, había que establecer y marcar niveles.
Si queríamos nivelar, tenía que entrar una máquina al solar, la excavadora, a realizar los movimientos de tierras… Hacía falta también decidir qué tipo de tierra utilizaríamos por rellenar el solar hasta lograr el nivel deseado, que fuera óptimo para, posteriormente, ajardinar.
Si no tocábamos las construcciones existentes, los restos del pajar y el pequeño cobertizo, la superficie que ocupaban no quedaría nivelada… ¡¡¡Había que derribar!!!
Y siguiendo con esto de liar a los parientes, llamamos a Lluís González, de González-Insa, una empresa familiar dedicada al movimiento de tierras, transporte de áridos y obra civil.
En paralelo, preparamos la solicitud de licencia de derribo al Ayuntamiento de Darmós. El volumen a derribar era pequeño (cuatro paredes y una parte de techo, en ruinas) y no era necesario el proyecto de derribo; sólo habría que pagar la tasa de tramitación por obras sin proyecto. En la solicitud constaba: el promotor, el contratista, el emplazamiento de la obra y la declaración de obras a realizar, especificando el volumen y el presupuesto de ésta.
Para recuperar las tejas y las piezas de cerámica manual, las retiramos nosotros, y las acopiamos en un lugar seguro antes de que entrara la retro en casa…
En un par de días estuvo todo listo: nivelaron el terreno, con aportación de tierra vegetal; derribaron los restos de las construcciones existentes, y se clasificaron los escombros.
Tuvimos que pedir permiso para hacer fuego, puesto que para vender la chatarra (los restos de un par de carros que quedaban en el pajar, entre otros piezas) se tenía que quemar la parte de madera para que quedara el hierro limpio.
Aprovechando que podíamos hacer fuego, quedamos para desayunar: pan tostado con morcilla negra, tocino, cordero, unos tomates aliñados y unas aceitunas. ¡Todo remojado con un porroncito de vino que trajo Josep Maria!
El hierro nos lo robaron aquella noche…